“Cuando un individuo inflige una lesión a otro, de tal manera que resulta en la muerte, lo llamamos homicidio. Cuando la sociedad coloca a cientos en una posición en la que inevitablemente encuentran una muerte temprana y antinatural... su acto es asesinato igual que el del individuo.”
Friedrich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra
Hemos sido traicionados. Durante tres años, hemos sido abandonados, engañados, conducidos a nuestra perdición. Millones han muerto. Cientos de millones han quedado discapacitados. Todo esto mientras caras respetables cubiertas con sonrisas forzadas, ofrecen incesantemente frases clichés , asegurándonos que todo estará bien. “Solo confía en el sistema”.
Se te podría perdonar por no darte cuenta de que aún estamos en medio de una pandemia, considerando la total ausencia de cobertura mediática. Si fuera importante, seguramente lo estarías escuchando, ¿verdad? La última variante de la que probablemente escuchaste fue ómicron. Lo último que oíste sobre las vacunas probablemente fue “ animamos a todos que se vacunen con el refuerzo”. Lo último que oíste sobre los respiradores (barbijo, cubrebocas, mascarilla) fue que funcionan, pero no son obligatorias. ¿Y por qué molestarse en usar respiradores de todos modos si, como proclamó el propio presidente de los Estados Unidos, “la pandemia ha terminado”?
Aquí está la verdad: la pandemia no ha terminado. Es mucho peor de lo que te han hecho creer. Y a menos que hayas pasado los últimos años leyendo estudios científicos sobre el tema, puede ser difícil transmitir cuán errónea la percepción pública del COVID realmente es. Todo, desde cómo se propaga, hasta cómo se previene, hasta lo que hace una vez que está en tu cuerpo, está siendo trágicamente malinterpretado.
Nada de esto es un accidente. No es tu “culpa” si no eres virólogo, inmunólogo, epidemiólogo o biólogo evolutivo. Es el trabajo de los expertos y voces de confianza transmitir la verdad y darte orientación. No solo han fallado en esto, sino que han participado en una campaña activa de desinformación dedicada a hacer “desaparecer” la pandemia. Esto no ha sido el resultado de una caricatura clásica de conspiración: un pequeño consejo de élites, reunido en las sombras para elaborar políticas desde confabulaciones . Lo que realmente estamos presenciando es la silenciosa complicidad/conspiración de los intereses de clase. Este tipo de conspiración es una característica de la hegemonía cultural y se ha alineado en directa oposición a la salud pública y la realidad científica. Una “conspiración” de este tipo ocurre a plena vista del público. Cada actor dentro de ella ha telegrafiado abiertamente motivaciones que todos hemos sido enseñados a ver como aceptables: mantener el sistema económico intacto a toda costa.
Desde el momento en que la humanidad supo del nuevo coronavirus, la incertidumbre empezó a dar vueltas. El SARS-CoV-2, llamado así por su terrorífico primo viral, parecía ser incluso peor que el SARS: más mortal, más transmisible, mejor para evadir la detección. Surgió una pregunta singular en la mente de dos clases de personas muy diferentes: "¿Cómo sobrevivimos a esto?" Para una de esas clases, la pregunta era literal: ¿cómo evitamos ser asesinados por una enfermedad que parece propagarse y matar de manera invisible e indiscriminada? Para la otra clase, la pregunta que se planteaba en las salas de juntas y en los capitolios era realmente: "¿Podría esto desestabilizar nuestro control del poder?"
Para los expertos en enfermedades infecciosas, la aparición de un patógeno humano desconocido — rápidamente identificado como un virus nuevo — requería un curso de acción bastante claro: contenerlo, caracterizarlo y compartir información lo más libremente posible. Días después de que se encontrara el primer grupo de casos en Wuhan, las autoridades sanitarias chinas emitieron una advertencia a la OMS. El genoma completo del virus que llegaría a llamarse SARS-CoV-2 se publicó al mundo antes de que se documentara fuera de China. Los laboratorios de coronavirus de todo el mundo comenzaron a movilizarse rápidamente para estudiar el virus, incluso creando versiones sintéticas para estudiarlo en células de mamíferos cultivadas y aprender todo lo posible sobre su ciclo de vida y su patogenicidad.
¿Por qué se movilizaron los expertos tan rápidamente, incluso antes de que se demostrara concluyentemente la transmisión de persona a persona? La razón principal es el principio de precaución: al tratar con algo desconocido, si no sabes con certeza que no es peligroso, presume el peor escenario posible y toma las precauciones adecuadas. Si eso no fuera razón suficiente, los investigadores descubrieron bastante rápido que este era un pariente del SARS, que ya había causado suficiente caos por sí mismo como para justificar todas las medidas posibles para evitar una tragedia repetida. Este principio se sostuvo particularmente en China, que había soportado el peso de la crisis del SARS, pero la verdadera precaución nunca se materializó realmente en el mundo capitalista.
Después de un breve experimento con medidas de precaución (órdenes de quedarse en casa, mandatos de uso de respiradores directrices de cuarentena), muchos países en Occidente rápidamente vieron la realidad: estas precauciones no eran suficientes para erradicar la pandemia emergente. Había medidas que podrían haber detenido el virus de inmediato: rastreo de contactos (examinando a todas las personas que estuvieron cerca de un posible caso), cuarentenas estrictas combinadas con tiempo libre remunerado garantizado, incluso ante la mínima exposición, y el uso obligatorio de respiradores ajustados (y la distribución de múltiples N95 a cada residente). Pero estas medidas habrían requerido que los gobiernos centrales nacionalizaran industrias clave, que las empresas pagaran a los empleados por no trabajar y que los individuos se acostumbraran a ciertas incomodidades en nombre del bienestar social (aunque muchos ya lo estaban).
Estas medidas habrían sido una enorme imposición para el libre mercadoy, aun así, no había garantía de que erradicarían completamente el SARS-CoV-2. Incluso las medias tintas, como los mandatos locales de uso de respiradores (barbijo, cubrebocas, mascarilla), eran mejores que nada, y al principio mantuvieron a muchas personas a salvo. Pero, a pesar de ser completamente insuficientes ante la crisis en la que nos encontrábamos, eran aún demasiado para que los capitalistas las toleraran. Estaban “dañando la economía” al impedir la producción y desalentar el consumo. Pequeñas protestas, lideradas por propietarios de negocios que exigían el fin de las “restricciones”, recibieron una enorme atención mediática. Menos de 2 meses después de su implementación, las órdenes de quedarse en casa ya estaban desapareciendo, incluso cuando los casos seguían aumentando rápidamente.
Inyectado en cada noticia sobre la pandemia había una consideración por el malestar de los capitalistas, cuya ruina económica seguramente significaría el fin de nuestra sociedad. El impulso por “poner fin a la pandemia” comenzó casi tan pronto como la pandemia llegó a Estados Unidos.
- Las mentiras y la verdad
Al principio de la pandemia, es posible que hayas escuchado una frase común de las fuentes de salud pública: si abordamos la situación adecuadamente, parecerá que hemos reaccionado de forma exagerada. Y, sin embargo, para cuando la transmisión comunitaria comenzó a aumentar en EE.UU. en marzo de 2020, ya habíamos fallado en “reaccionar de forma exagerada”. El consenso ya había llegado desde los niveles más altos: a toda costa, NO provoquen pánico. Los líderes mundiales de la época, incluidos Donald Trump de EE.UU., Boris Johnson del Reino Unido, Andrés Manuel López Obrador de México, Jair Bolsonaro de Brasil, Pedro Sánchez de España y Giuseppe Conte de Italia, pasaron los primeros meses de 2020 exhortando al público a no “ceder al miedo”. Tras las precipitadas caídas de la bolsa en febrero y marzo de 2020, todas las firmas de análisis de mercado informaron sobre el tremendo daño financiero que estaban causando las “preocupaciones por el coronavirus”. La narrativa abrumadora en los primeros días era que el miedo al virus sería peor que la enfermedad que causa. Esta filosofía se manifestó de varias maneras, incluidas mentiras descaradas que aún nos persiguen hasta el día de hoy, impulsando evaluaciones de “riesgo personal” mal informadas entre la población, incluyendo:
- Los respiradores no funcionan.
- Los respiradores funcionan, pero las de tela están bien.
- Detén la propagación lavándote las manos, manteniéndote a 2 metros de distancia y desinfectando superficies.
- El COVID no es transmitido por el aire.
- El COVID es transmitido por el aire, pero esa no es la forma principal en que se propaga.
- Las únicas personas perjudicadas por el COVID son las personas mayores e inmunocomprometidas.
- Los niños no contraen COVID.
- Los niños pueden contraer COVID, pero no lo pueden transmitir.
- Las reinfecciones son raras.
- Las infecciones post-vacunación son raras.
- Las reinfecciones y las infecciones post-vacunación ocurren, pero son leves.
- Una vez que suficiente gente haya sido expuesta, la inmunidad de rebaño acabará con la pandemia.
- Los virus naturalmente evolucionan para volverse menos mortales.
- Una vez que te recuperas de la infección aguda, estás fuera de peligro.
- El covid persistente es psicológico, no físico.
- El covid persistente es físico, pero no es una gran preocupación.
- La mayor letalidad de las enfermedades no relacionadas con el COVID se debe a la “deuda de inmunidad”.
La lista de mentiras oficialmente sancionadas podría continuar durante páginas. La característica más crítica de la desinformación es que siempre se centra en esa misma filosofía central de minimización.
Esa tendencia continuó evolucionando a lo largo de la pandemia: ya sea Anthony Fauci admitiendo que desaconsejó el uso de respiradores porque no quería desencadenar compras de pánico, los CDC cambiando sus métricas de niveles de transmisión a "niveles comunitarios" en colores pastel tranquilizadores, los distritos escolares promocionando sus supuestos bajos índices de transmisión, o cualquiera de los otros ejemplos de mala praxis en salud pública, todo ha estado orientado a hacer que las personas subestimen el peligro en lugar de sobreestimarlo. Este patrón ha continuado hasta el día de hoy, con los funcionarios intentando prevenir el pánico ante la extremadamente infecciosa y evasiva a la inmunidad, la variante XBB.1.5 (coloquialmente conocida como la variante "Kraken").
Antes de continuar, aclaremos cuál es realmente ese peligro. Debido a lo complejos que son los sistemas biológicos, es difícil transmitir toda la complejidad de una pandemia viral sin ser demasiado técnico. Sin embargo, podemos hacer algunas afirmaciones bastante claras, basadas en la condensación de cientos de estudios científicos en unos pocos párrafos. Con esto en mente, aquí está todo lo que necesitas saber sobre el COVID-19 y el virus que lo causa:
El COVID se transmite por el aire. La transmisión por aire es diferente a la de las gotas, que son partículas grandes que contienen el virus, expulsadas cuando hablas, toses, estornudas, etc. Las gotas son lo suficientemente pesadas como para que eventualmente caigan al suelo o a superficies cercanas, lo que significa que es relativamente fácil de contener: cualquier barrera física, como una mascarilla de tela o plexiglás, bloqueará estas gotas antes de que puedan llegar a otra persona. El "distanciamiento social" es un concepto que se aplica a la transmisión por gotas, bajo la presunción de que las gotas que contienen el virus caerán al suelo antes de alcanzar a alguien a 2 metros de distancia. Desinfectar superficies mata cualquier gota viral que haya caído sobre ellas antes de que alguien pueda tocarlas y luego tocarse los orificios.
Sin embargo, el COVID no se limita a las gotas. Sabemos desde hace años que puede propagarse a través de aerosoles, como lo demuestran artículos publicados en el New England Journal of Medicine, Emerging Infectious Diseases y Risk Analysis que se remontan a 2020. El aerosol está compuesto por partículas mucho más pequeñas que rebotan entre las partículas de aire y pueden permanecer suspendidas e infecciosas en el aire. Imagina a alguien fumando: el comportamiento del humo se asemeja mucho más al comportamiento de los aerosoles virales. ¿Todavía puedes oler el humo detrás de un escudo de plexiglás? ¿Qué tal si estás a dos metros de distancia? En un espacio cerrado y abarrotado, ¿cuántas personas respirarían el humo de un fumador? Las medidas diseñadas para proteger contra las gotas no son completamente inútiles contra el COVID, ya que también se propaga a través de gotas. Pero el hecho de que no estés esparciendo saliva infectada de COVID en la cara de alguien no significa que estés manteniendo tus gérmenes para ti solo.
Puedes contraer COVID una y otra vez. La idea de que te vuelves inmune al COVID después de infectarte o vacunarte se basa en el concepto de memoria inmunológica. Cada vez que un patógeno entra en tu cuerpo (ya sea a través de una infección o una vacunación), tu sistema inmunológico monta una defensa para detenerlo: primero una fase amplia de "matar cualquier cosa que se mueva" que llamamos inmunidad innata, luego una fase de inmunidad adaptativa, que está dirigida a matar la cosa específica que desencadenó la respuesta inmune. Se utilizan piezas del invasor para crear, reclutar y activar una variedad de componentes inmunológicos, incluidos anticuerpos, células T y células B, que están entrenados para reconocer ese patógeno específico. Algunas células del sistema inmunológico, llamadas células de memoria, se mantienen desde esa segunda etapa como un tipo de registro permanente. Si el mismo patógeno exacto aparece nuevamente, el sistema inmunológico ya sabe qué buscar. Esta es la clave detrás de la vacunación: exponer tu sistema inmunológico a una parte inofensiva del virus, y lo recordará cuando se encuentre con el verdadero.
Excepto que esto ni siquiera se acerca a contar toda la historia. Para empezar, la instantánea almacenada en tu memoria inmunológica es solo una parte física del patógeno, y los virus evolucionan muy rápidamente. A medida que el virus cambia, el verdadero comienza a parecerse menos y menos al registro que está guardando tu sistema inmunológico, y se vuelve más fácil para las nuevas variantes evadir la inmunidad adaptativa. Cuantas más personas se infectan, más veces el virus muta aleatoriamente, y es más probable que una combinación particular de esas mutaciones haga que un virus sea irreconocible para tu sistema inmunológico.
Durante un tiempo, la OMS solía categorizar a estos mutantes como "variantes de preocupación", dándoles a cada una un nuevo nombre. Cuando el virus mutó lo suficiente como para evadir la inmunidad al virus de tipo salvaje, lo nombraron alfa. La línea que logró evadir al alfa se llamó beta. Delta era particularmente evasivo a la inmunidad y sus mutaciones trajeron altos niveles de letalidad. Ómicron era tan diferente de todas las cepas existentes que prácticamente podía infectar a todos, sin importar cuándo se infectaron y/o vacunaron. Y luego... dejaron de dar nombres a las variantes. "Ómicron" todavía se usa para describir a todos los descendientes de esa variante original, a pesar de las docenas de variantes altamente infecciosas y peligrosas que circulan hoy en día, ninguna de las cuales se parece lo suficiente a ómicron como para que tu sistema inmunológico las reconozca eficientemente.
El COVID juega con tu sistema inmunológico. Al infectarse, el SARS-CoV-2 comienza de inmediato a suprimir los intentos de detenerlo. Secuestra la maquinaria de tus células para detener la producción de alarmas cruciales del sistema inmunológico. Esto incluye el componente utilizado para presentar piezas del virus en la superficie de la célula para decirle al sistema inmunológico "¡Oye! ¡Esta célula está infectada, y aquí está el culpable!" Este componente es necesario para que las células inmunológicas específicas identifiquen el objetivo y procedan con la respuesta inmune adaptativa, lo que conduce tanto a una respuesta inmune innata como adaptativa retrasada.
Cuando las células inmunitarias llegan al lugar, el virus SARS-CoV-2 también puede infectarlas. Los monocitos, que están involucrados en el inicio de la respuesta inmune adaptativa, son infectados por el SARS-CoV-2 y son reprogramados para evitar que presenten antígenos y enseñen al sistema inmune adaptativo qué buscar. Las células T se apresuran a convertirse en asesinas de células, causando el característico daño masivo de tejidos que puede ser fatal en casos graves. Cada infección agota la reserva de células T naive de tu cuerpo,- ese grupo de células inmunológicas "en blanco" que tu cuerpo guarda para su despliegue y especialización posterior-, dañando tu capacidad para montar una respuesta inmune efectiva ante futuras infecciones, incluidos otros patógenos. Es por eso que, no importa cuántas personas se infecten o se vacunen, no hemos alcanzado ni alcanzaremos la "inmunidad de rebaño". Las células T (naive según wikipedia) también son necesarias para detener la actividad de matar células de las células T activadas, lo que es un factor en la gravedad del COVID agudo. Peor aún, la población está volviéndose constantemente más vulnerable a infecciones de todo tipo. Estamos en medio de un alarmante aumento de enfermedades más allá del COVID: el VRS, la influenza, el estreptococo A, y muchos otros están hospitalizando a personas en números récord, infecciones oportunas, que recibieron el regalo de una población debilitada de víctimas.
Durante un tiempo, las vacunas fueron altamente efectivas contra las infecciones agudas graves, no porque previnieran la infección o crearan inmunidad duradera, sino porque inducían a tu cuerpo a crear anticuerpos contra el virus, que pueden persistir en tu sangre durante meses. Si te infectabas mientras estos anticuerpos estaban presentes, ayudaba a tu sistema inmunológico a compensar la supresión del virus sobre la inmunidad adaptativa. Tu respuesta inmunitaria era menos propensa a descontrolarse, causar un daño masivo en los tejidos y llevar a resultados clínicos graves. Sin embargo, para cuando estaban disponibles los refuerzos, las vacunas ya estaban obsoletas: estaban diseñadas para dirigirse a la versión original del virus, que ya era poco probable que volvieras a ver.
El COVID evoluciona rápidamente. Ha circulado durante años la idea de que el SARS-CoV-2 alcanzará naturalmente un "techo evolutivo", donde ya no podrá adaptarse a nuestros sistemas inmunológicos y se volverá no más patógeno que un resfriado. Esto se basa en un malentendido de las dinámicas evolutivas y virales. Los principales factores que guían la evolución del virus son: qué tan bien puede propagarse de persona a persona, qué tan bien puede infectar células y qué tan bien puede evadir el sistema inmunológico. Este último factor es el más crucial, ya que, como se señaló anteriormente, el efecto del virus sobre el sistema inmunológico es un impulsor significativo de su peligro. La idea de un techo evolutivo se deriva de la noción de que, para adaptarse a nuestro sistema inmunológico, el virus necesita cambiar, y esos cambios impactan necesariamente en sus otras características, concretamente su capacidad para propagarse e infectar. Pero esto no es así.
A medida que el virus se propaga, acumula mutaciones. Cada nuevo huésped le da al virus billones de oportunidades para mutar antes de enviarlo a la siguiente víctima . Para cuando el SARS-CoV-2 tomó el control del mundo por primera vez, ya se había divergido completamente en linajes separados, dando lugar a variantes como alfa, beta, delta y ómicron. El linaje Ómicron eventualmente surgió con otro conjunto de mutaciones profundamente únicas y altamente infecciosas, y siguió el mismo patrón. Tras su propagación , dejó muchos más linajes secundarios, cada uno lo suficientemente distinto entre sí como para crear una "nube de variantes". Durante meses, los diversos sublinajes de ómicron no han podido superarse uno sobre el otro , porque ninguno ha tenido un conjunto de adaptaciones tan excepcionalmente ventajosas como para superar la propagación de los demás. Sin embargo, a medida que las mutaciones continúan acumulándose en todos los linajes, es solo cuestión de tiempo antes de que surja una nueva mega-variante. Se extenderá a través de la población, divergiendo nuevamente a medida que avanza, engendrando a nuevos linajes propios, y dejando a millones de muertos y discapacitados en su estela.
El COVID es persistente. Desde hace años sabemos que otros coronavirus, como el SARS, pueden persistir en tu cuerpo mucho tiempo después de la infección inicial. Esto probablemente sea un subproducto de su historia evolutiva; evolucionaron para propagarse a través de poblaciones de murciélagos y sobrevivir a los sistemas inmunológicos únicos de los murciélagos. Los murciélagos tienen una vida muy larga para su tamaño, potencialmente viviendo décadas, incluso con múltiples infecciones silenciosa acumulándose dentro de ellos. Sin embargo, en los seres humanos, las tácticas de estos virus para suprimir el sistema inmunológico bien regulado de un murciélago, representan una forma de fuerza abrumadora, que causa estragos en nuestros cuerpos.
Después de la etapa inicial, caótica y potencialmente letal, de la infección aguda, el virus puede establecerse a largo plazo; se han encontrado evidencias en el intestino, en los desechos humanos y entre los pacientes "curados". Esto puede suceder tanto si la fase aguda fue desastrosa y digna de hospitalización, como si fue lo suficientemente tranquila como para que no experimentaras ningún síntoma en absoluto. Para este punto, el virus habrá suprimido la memoria inmunológica de tu cuerpo, se habrá infiltrado en varios sistemas de órganos, incluidos tus sistemas cardiovascular, nervioso y renal, y comenzará a producir una cantidad constante de nuevo virus. Por supuesto, esta infección persistente causa daño a los diversos órganos donde el virus ha establecido su hogar, especialmente porque puede desencadenar más inflamación. Tu sistema inmunológico está constantemente tratando de expulsarlo, dañando más tejido orgánico mientras lo hace. Tu riesgo de ataques cardíacos, accidentes cerebrovasculares, síntomas neurológicos y muerte en general son mucho más altos durante esta fase persistente, y solo empeora con cada reinfección. Aún no está claro cuánto tiempo puede durar esta fase persistente; ciertamente, tantos meses como se han estudiado hasta ahora.
Durante años, han ido aumentando las evidencias de que el COVID es, en realidad, un tipo de trastorno autoinmune, con varios componentes de tu sistema inmunológico atacando a tus propias células. No solo las moléculas proinflamatorias están aumentadas, tanto en la infección aguda, como en la llamada COVID prolongada, sino que también se han encontrado altos niveles de anticuerpos contra piezas celulares normales en más de la mitad de los pacientes hospitalizados con COVID. Las implicaciones de que el COVID desencadene autoinmunidad son amplias y pueden volverse bastante técnicas, pero innecesario decir que la población que se infecta una y otra vez con un virus tan debilitante es catastrófico.
- El Motivo
¿Por qué los gobiernos, los funcionarios de salud pública, los medios de comunicación, los líderes empresariales y cualquier otra voz de confianza nos dicen mentiras descaradas (como "¡El COVID no es transmitido por el aire!") y evitan resaltar verdades cruciales (como la propensión del COVID a dañar los sistemas inmunológicos)? ¿Por qué algo tan simple como distribuir y exigir el uso adecuado de respiradores de alta calidad, una jugada segura de la política de salud pública, se presenta como algo tan tóxico que sugerirlo te haría ser la burla de la sala? ¿Por qué instituciones como los CDC mencionan casualmente la existencia de la COVID persistente en una respiración y, con la siguiente, se felicitan por las "hospitalizaciones disminuidas"? ¿Por qué toda la política de salud pública se ha reducido a "Vacúnate y eres libre"?
Parte de ello es simple ignorancia: al principio de la pandemia, había mucho que no sabíamos. Había pistas, por supuesto; hipótesis basadas en lo que sabíamos sobre otros coronavirus. Podríamos haber supuesto la transmisión por el aire, la supresión inmunológica, la persistencia viral y la evolución rápida, pero no conocíamos estas cosas de manera concluyente. No sabíamos los números exactos para la letalidad de los casos, la transmisión, los síntomas a largo plazo, etc. Pero no necesitábamos saberlo. El principio de precaución podría habernos guiado para mantener las prácticas de evitación y contención hasta que supiéramos exactamente con qué estábamos tratando. Y, sin embargo, cuanto más clara se ha vuelto la imagen, más hemos reducido esas medidas, en lugar de aumentarlas. El COVID es más peligroso de lo inicialmente esperado y, sin embargo, seguimos haciéndonos más vulnerables.
La dura verdad del asunto es que el motivo detrás de la minimización del COVID es la avaricia y el control social. El sistema capitalista depende del crecimiento constante: producción constante, consumo constante, expansión constante de beneficios. Incluso pausas breves, como una orden de quedarse en casa durante un mes, tienen efectos desastrosos sobre el capital. Implementar las estrategias de prevención masiva necesarias para frenar la transmisión (pruebas rápidas diarias, rastreo de contactos, licencia remunerada garantizada para trabajadores expuestos, respiradores de alta calidad, etc.) es costoso y reduce los beneficios. Una campaña de información explicando por qué todos necesitan quedarse en casa, en lugar de contribuir a "la economía", reduciría aún más los beneficios. Reducir todas las empresas no esenciales y mantenerlas cerradas hasta el verdadero final de la pandemia contraería la economía solo a lo que es necesario para que la sociedad funcione. Las oportunidades para que el capital financiero invierta en nuevas empresas rentables desaparecerían más rápido de lo que vuelven a surgir.
Para que el capitalismo funcione, se requieren dos cosas: un suministro constante de trabajadores que produzcan valor y un flujo interminable de consumo para materializar ese valor como ganancia para el capitalista. El inicio de una pandemia presentó un desafío en ambos frentes. Trabajadores enfermando en masa y siendo obligados a quedarse en casa durante un par de semanas, o incluso muriendo o quedando discapacitados, y saliendo completamente de la fuerza laboral, era solo un potencial dolor de cabeza para la clase capitalista. Mucho peor era la perspectiva de que los trabajadores se quedaran en casa por precaución, lo que paralizaría la producción. Los consumidores que se quedaran en casa y compraran solo lo esencial impedirían la materialización de ganancias en vastas áreas de la economía, cortando el flujo de capital necesario para mantener todo el sistema en funcionamiento.
En el momento en que quedó claro para los analistas de mercado que el COVID era más que un brote local en China, desató el pánico total en el sector financiero. Los temores sobre la desaceleración de las ganancias llevaron a varias ventas masivas de acciones por parte de los inversores, lo que disminuyó el valor de las acciones y desencadenó aún más ventas de pánico, durante varios días diferentes. Esto no fue solo especulación: la disminución de la demanda de petróleo provocó rápidamente una guerra de precios masiva que hizo que los precios dieran vueltas durante meses hasta volverse negativos, con los titulares futuros de petróleo pagando para deshacerse de sus contratos. Sin aumentar la demanda, la producción de este y otros productos básicos sería financieramente tóxica.
El capitalismo también depende de un ejército de reserva de trabajo para mantener artificialmente deprimidos los costos laborales. Una economía contraída, en la que cualquier trabajador dispuesto a trabajar es una rareza, inclina el equilibrio del poder a favor de los trabajadores. Los trabajadores podrían negociar más fácilmente salarios más altos y condiciones de trabajo más seguras (incluido el permiso de COVID). Lo más preocupante de todo, en el contexto de medidas de precaución a largo plazo, es que la población se acostumbraría a una idea peligrosa: que tenemos valor más allá de nuestro trabajo y nuestro consumo. Cuando nos enfrentamos a la perspectiva de la muerte o la discapacidad, las contradicciones se agudizan a nuestros ojos. Cientos de millones de trabajadores de repente se preguntarían: "¿Por qué estoy arriesgando mi vida por esto?" La frustración ante la elección entre la pobreza extrema y la posibilidad de contraer una afección debilitante galvanizaría a los trabajadores para que defendieran nuestros derechos. Olas de movilización laboral, huelgas de alquileres, cierres patronales, boicots y más barrerían el país, y el mundo. Sería el mayor desafío al poder político de la clase capitalista en un siglo.
-La Estrategia
En realidad, resolver la pandemia nunca estuvo en los planes de Estados Unidos y el resto del mundo capitalista. Hubiera requerido una profunda cooperación internacional, una inversión masiva en infraestructura de aire limpio, una campaña informativa persistente (y censurar la desinformación peligrosa), esfuerzos para construir la confianza pública en el gobierno, licencias pagadas garantizadas, nacionalización de industrias clave y más. Básicamente, implicaría socavar masivamente la filosofía del capitalismo de libre mercado.
En cambio, el objetivo explícito de la clase dominante ha sido hacer que la pandemia simplemente desaparezca de la percepción pública. Cualquier recordatorio de la existencia de una enfermedad altamente transmisible, altamente peligrosa y discapacitante a gran escala podría desencadenar el pánico, o peor aún: acciones laborales organizadas y militantes. Evitar esta crisis requería una cuidadosa campaña de formación cultural; la gente misma necesitaba estar convencida de que no había razón para luchar. Se necesitaba fabricar el consentimiento para la infección masiva prolongada.
Hay tres formas principales en que esta narrativa hegemónica sobre COVID se ha propagado al público: retórica oficial, políticas públicas y enmarcado mediático. Estas tres facetas de la propagación de ideas se alimentan entre sí, y las tres son maniobradas de diversas maneras por los intereses del capital. El proceso por el cual se crea una narrativa hegemónica en la esfera capitalista no es tan directo como uno podría esperar. No es simplemente una cuestión de un departamento de propaganda estatal decidiendo una doctrina central, emitiendo guiones a actores pagados y encarcelando a todos los que disienten. No hay una línea del partido para los capitalistas, ni una convocatoria única de élites empresariales, y relativamente pocos acuerdos clandestinos. Se celebran reuniones de planificación explícitas, de manera independiente, entre el liderazgo de diferentes partidos de la clase dominante e intereses empresariales distintos, y sus intereses de clase similares los llevan a prioridades similares. Pero la forma en que se logra esta unidad narrativa no es a través de una conspiración todopoderosa. En cambio, la "decisión" sobre cómo enmarcar los eventos surge orgánicamente de la interacción de los muchos sectores individuales que componen la máquina de propaganda de la clase dominante.
El tono establecido por lo que consideramos fuentes oficiales prepara el escenario para la respuesta social más amplia. Esta retórica proviene de una variedad de lugares: jefes de estado, agencias gubernamentales, expertos individuales, grupos de reflexión y otras entidades investidas de un sentido de autoridad. Estas son voces a las que estamos socializados para prestar atención. Cuando hablan, fácilmente captan la atención de los medios de comunicación. Un medio de comunicación que ignora o disputa estas fuentes pierde acceso a ellas e invita a críticas, perjudicando así su capacidad para vender más noticias. Estas voces generalmente están presentes cuando se elaboran políticas, o están elaborando las políticas mismas. Lo que dicen "los expertos" importa, y los expertos particulares promovidos por gobiernos y corporaciones se han ido consolidando constantemente en torno a una retórica que minimiza la amenaza para la salud pública del virus.
La retórica oficial no siempre llega a un acuerdo total en su presentación. El sistema bipartidista en los EE. UU. a menudo se caracteriza por posturas "oficiales" en competencia, incluso cuando ambas posturas son de facto aceptables para el orden capitalista establecido. A lo largo de 2020, muchas figuras prominentes, incluido Donald Trump, intentaron declarar prematuramente el fin de la pandemia. La Gran Declaración de Barrington intentó blanquear la idea de que los intentos de mitigar la pandemia eran perjudiciales, y que en su lugar deberíamos intentar alcanzar la "inmunidad colectiva" permitiendo que el virus se propagara desenfrenadamente por la población. Esto no fue viable como material de propaganda, ya que todos podíamos ver la devastación a simple vista. Sin embargo, esto aún fue valioso para la clase dominante, porque sentó las bases para una narrativa potente: la de los "pragmatistas racionales" que nos guían a través de la pandemia. En medio de teorías de conspiración, curas fraudulentas y desvinculación política de la realidad de la pandemia, llegó una promesa del ala liberal de la clase dominante: "A diferencia de nuestros oponentes, realmente nos importa y te ayudaremos a superar esto". A pesar de la diferencia de tono, la trayectoria de las políticas en sí mismas se ha conservado en gran medida en todas las líneas políticas.
La política pública de pandemia ha sido moldeada e indicativa de la retórica oficial de quienquiera que esté a cargo. Ha reflejado las recomendaciones de expertos, aquellos expertos que fueron elegidos por el gobierno a cargo . En lugares gobernados por tendencias más liberales, los toques de queda y los mandatos de uso de mascarillas de tela duraron más, inculcando un mensaje implícito de que, a diferencia de esos conservadores negadores de la ciencia, los liberales estaban "siguiendo la ciencia". Esto significaba que, cuando se rescindían estas medidas a medias, parecía obvio que ahora las personas podían sentirse seguras al ponerse en riesgo.
Cada elección política ha actuado para moldear la percepción pública de la pandemia. El mandato de que las empresas coloquen pegatinas en el suelo para demarcar 6 pies de distancia reforzó la falsa noción de que estar a 6 pies de distancia de los demás te protegía. Los requisitos de cierre de bares y restaurantes para cenar en interiores hicieron que la gente se enfrentara al hecho de que estos espacios, que implicaban el no uso de respiradores, eran peligrosos. Revertir esa restricción mientras las recomendaciones de respiradores seguían vigentes creó confusión y demostró que las recomendaciones no tenían sentido. El cierre de aulas físicas por parte de los distritos escolares puso a todos los padres en alerta máxima por la seguridad de sus hijos, mientras que el llamado "aprendizaje híbrido" enseñó a la gente que la seguridad era una elección de los padres. A medida que los distritos escolares se alejaban completamente de la escuela virtual, el mensaje quedaba claro: no hay razón para preocuparse por que sus hijos se enfermen. Constantemente, las medidas implementadas para proteger a las personas del virus han sido revertidas, hasta el estado actual de las cosas, donde cada "política" de salud pública se ha convertido en una recomendación, y esas recomendaciones ni siquiera se acercan a establecer una verdadera seguridad.
Las medidas económicas tomadas durante la pandemia han funcionado de manera similar a la política de salud pública. Al principio, se implementaron políticas para ayudar a las personas que se verían económicamente afectadas: programas de protección de salarios, créditos fiscales, beneficios de desempleo ampliados, moratorias de desalojo, cheques de estímulo y aplazamiento de la deuda estudiantil. Esta ayuda se otorgó para asegurar que la situación económica de la clase trabajadora nunca fuera tan desesperada como para que los trabajadores tuvieran un mayor incentivo para rebelarse a través de la militancia laboral, las huelgas de alquiler o incluso los levantamientos violentos. A medida que estas medidas se agotaban, venían con el mensaje: "Ahora estás solo".
A lo largo de la pandemia, la atención de los medios se ha centrado en reproducir la retórica oficial a través de páginas de opinión y entrevistas. Los expertos, promovidos por encima de todo, siempre han sido seleccionados en función de su proximidad al poder, tanto en términos de su nombramiento oficial como de su línea retórica. A medida que los gobiernos y las agencias solidificaron su retórica y políticas de minimización de la pandemia, las personas que defendían esa línea se volvieron aún más atractivas. El atractivo del conflicto fabricado permitió a las empresas de medios de comunicación obtener ganancias destacando movimientos socialmente organizados y poco populares que protestaban contra todas las formas de política de salud pública. Dependiendo de su inclinación cultural particular, las corporaciones de noticias podían posicionarse como "luchadores por la libertad", enfrentándose a la tiranía gubernamental de medidas precautorias mal concebidas, o como "campeones de la razón", luchando contra la desinformación y la negación de la ciencia.
En todos los casos, el cambio en 2021 fue palpable. Ahora que las vacunas habían llegado, había una narrativa factible para alejarse de las "restricciones económicamente disruptivas". Tan pronto como te vacunabas, eras libre de volver a la normalidad. "¡El aire fresco huele más dulce sin respiradores!" proclamó la primera dama, triunfante. El verano de 2021 estuvo lleno de personas recién vacunadas disfrutando de niveles significativos de protección basada en anticuerpos, y los casos estaban en su punto más bajo. Los medios de comunicación proclamaron esta maravillosa noticia en cada oportunidad, mostrando a funcionarios de salud pública extasiados, negocios prósperos y multitudes de personas sin respiradores, mientras ignoraban la circulación aún omnipresente de casos de fondo.
- Pronóstico
Con cada nueva variante importante, los gritos de "¡Nadie podría haber previsto esto!" dan paso rápidamente a "Por fin, la pandemia ha terminado". Los mismos mitos refutados de la inmunidad colectiva, la inmunidad híbrida y la inmunidad vacunada siguen apareciendo, solo para ser desmentidos por la próxima ola. En la segunda mitad de 2022, entramos en una fase de múltiples variantes superpuestas, todas deliberadamente referidas aún por su progenitor, ómicron, para evitar el pánico. El número base de infecciones y muertes semanales ha permanecido más alto que en cualquier otra fase de la pandemia, salvo por picos cuando emergió una nueva cepa dominante. La línea de los expertos, el gobierno y los medios de comunicación se ha estancado en un silencio calibrado, interrumpido ocasionalmente por la recomendación de vacunarse. Se recomiendan respiradores ajustados (agrupados con mascarillas de tela y quirúrgicas menos efectivas), pero no son obligatorios, y rara vez se modelan siquiera. Las escuelas están completamente en persona, a pesar de su papel establecido como focos de transmisión comunitaria. En cada oportunidad, los gobiernos, las empresas y las organizaciones comunitarias se felicitan por haber superado la pandemia.
Esto no es simplemente negligencia por parte de aquellos que gobiernan y dan forma a nuestra sociedad. Se trata de un asesinato social: el establecimiento de políticas que ponen a grandes cantidades de personas en el camino hacia una muerte temprana y antinatural. Tienes derecho a la salud, y ese derecho te está siendo deliberadamente arrebatado con una política de infección masiva. Solo porque la elección no se esté haciendo con el objetivo específico de eliminarnos (como en el caso del genocidio), no absuelve la elección en sí misma. Y esa elección se reafirma continuamente cada día. El cálculo se ha realizado sin un especial respecto por la salud humana; solo la preservación del orden social. Demasiada muerte y enfermedad podría desafiar el poder de la clase dominante; 15 millones de muertes en exceso son simplemente el costo de hacer negocios.
Estamos en una encrucijada en esta crisis en curso. Mientras seguimos fingiendo que todo es normal, el virus sigue evolucionando. Múltiples linajes están circulando, acumulando mutaciones que les ayudan a evadir la inmunidad y a arremeter contra poblaciones indefensas. Es probable que la próxima super-variante ya esté aquí: la variante XBB.1 es tan diferente del virus SARS-CoV-2 original como ese virus lo era del SARS, y tiene una capacidad aún mayor para infectar células. Con cada ola que nos golpea, nuestros órganos y nuestros sistemas inmunológicos se debilitan. La esperanza de vida está disminuyendo a un ritmo alarmante. Somos una población cada vez más discapacitada, sin apoyo comunitario, ni siquiera conciencia. Cuanto más permitamos que nos gobierne una cultura de individualismo, codicia capitalista e ignorancia, más enfermos nos volveremos todos.